Me encantan las leyendas de todo tipo, siempre que me topo en mis lecturas con una de ellas me dejan totalmente intrigada, ¿cuanto hay de verdad y cuanto de ficción? y lo más importante, ¿cuál es la parte que yo quiero creer y cuál es la que no?.
Ya he dejado claro en otras ocasiones, que creo en la magia, por lo que no es difícil deducir que cuanto más inverosímil y más bella sea la leyenda, más me va a seducir.
Ayer sábado recorriendo el mercadillo de flores, algo que hago muy a menudo puesto que me vuelven loca las flores y plantas (eso no significa que tenga mano para ellas), y habiendo infinidad de tipos y variedades, me inclinase a comprar unas Clavelinas o Claveles chinos.
Además de ser visualmente maravillosas (me fascinó su color), irrumpió en mi memoria una leyenda sobre esta flor que leí hace mucho tiempo y que cumple con todos los requisitos necesarios para que me toque y se quede grabada en mi subconsciente, por lo que a pesar de tener mucho donde elegir, mis miradas terminaban derivando siempre hacia esta flor.
Os dejo la leyenda que he vuelto a buscar después de mi paseo y que he copiado al pie de la letra.
Ocurrió en un vasto jardín donde entre las malas hierbas, las más hermosas flores exhibían sus más radiantes y bellas formas. Sólo contemplar el espectáculo los sentidos quedaban plenos.
Algunas, al mirarlas, recibías la sutil melodía de Claro de Luna de Claude Debussy, otras te proporcionaban a la vista el sabor de las más exquisitas frutas tropicales y también las había que sin un solo roce eran el tacto del plumón de un ave recién nacida.
Entre tantas maravillas destacaba una dulce rosa roja y un elegante clavel amarillo.
Ambas sobresalían no por el arrullo de sus voces, ni por el sabor dulce que pudieran emanar, ni por la suavidad de seda que transparentaban.
Simplemente eran tal y como siempre las hemos identificado en cualquier jardín, sencillas y con un pétalo más o menos, igualmente bellas.
En su semejanza fueron atraídas y cada anochecer cuando la luna jugaba haciendo sombras con los rítmicos recortes de los pétalos del clavel, la rosa intentaba respirar profundamente para acaparar la felicidad que el clavel lograba en esos instantes pero su distancia siempre la hacía llorar.
De las lágrimas que año tras año resbalaban por su tallo, fue creciendo sobre un terreno húmedo y algunas lágrimas legaban a solidificarse produciendo espinas en el tallo de la misma ( por eso las rosas ahora tienen espinas ).
Nunca una lágrima queda insustancialmente derramada y estas hicieron crecer día a día el tallo de la melancólica rosa hasta que sin haberlo esperado y tras una larga ausencia llegó apostrarse al lado del clavel.
Este que siempre había sido su confidente añorado y feliz de abrazar su encanto, quedó preso y arraigado a la rosa, llegando ambas flores a fundir sus tallos y sus pétalos hasta consumirse.
Ocurrió en un vasto jardín donde entre las malas hierbas, las más hermosas flores exhibían sus más radiantes y bellas formas. Sólo contemplar el espectáculo los sentidos quedaban plenos.
Algunas, al mirarlas, recibías la sutil melodía de Claro de Luna de Claude Debussy, otras te proporcionaban a la vista el sabor de las más exquisitas frutas tropicales y también las había que sin un solo roce eran el tacto del plumón de un ave recién nacida.
Entre tantas maravillas destacaba una dulce rosa roja y un elegante clavel amarillo.
Ambas sobresalían no por el arrullo de sus voces, ni por el sabor dulce que pudieran emanar, ni por la suavidad de seda que transparentaban.
Simplemente eran tal y como siempre las hemos identificado en cualquier jardín, sencillas y con un pétalo más o menos, igualmente bellas.
En su semejanza fueron atraídas y cada anochecer cuando la luna jugaba haciendo sombras con los rítmicos recortes de los pétalos del clavel, la rosa intentaba respirar profundamente para acaparar la felicidad que el clavel lograba en esos instantes pero su distancia siempre la hacía llorar.
De las lágrimas que año tras año resbalaban por su tallo, fue creciendo sobre un terreno húmedo y algunas lágrimas legaban a solidificarse produciendo espinas en el tallo de la misma ( por eso las rosas ahora tienen espinas ).
Nunca una lágrima queda insustancialmente derramada y estas hicieron crecer día a día el tallo de la melancólica rosa hasta que sin haberlo esperado y tras una larga ausencia llegó apostrarse al lado del clavel.
Este que siempre había sido su confidente añorado y feliz de abrazar su encanto, quedó preso y arraigado a la rosa, llegando ambas flores a fundir sus tallos y sus pétalos hasta consumirse.
Se cuenta que cada noche de luna llena, cuando la misma juega con el clavel chino, en la sombra del mismo se contempla a la rosa y el clavel en su eterno abrazo.
De: Juan Bautista Velasco Pérez.
Estas son las clavelinas o claveles chinos que compré el sábado, estaré muy atenta las noches de luna llena y miraré su sombra.